martes, 30 de enero de 2018
Bogotá, 11 de diciembre de 2017 - El Dr. Hernán Torres Iregui fue galardonado con el premio a toda una vida del Hospital Militar Central, por su dedicación por más de 25 años en esta institución. En agradecimiento el galeno escribió esta columna la cual c
Toda Una Vida Dedicada a la Medicina
Con motivo del reconocimiento, que ha tenido a bien ofrecerme la Dirección del Hospital Militar el Día Panamericano del Médico, me tomaré unos minutos de su valioso tiempo para hacer una sucinta recopilación de lo que ha sido mi vida, la cual dediqué – casi sin quererlo – a la medicina y una institución de Sanidad Militar.
El Hospital Militar de “ningunaparte”
La figura adusta de un abuelo veterano de la Guerra de los Mil Días – que había sido herido en combate cerca de Villavicencio pelando contra los “insurgentes Liberales”, y quien había tenido que ser conducido por una mula y dos soldados a través del camino de herradura que separaba el municipio llanero con la capital, en un esfuerzo por salvarle las dos piernas que estaban a punto de morir gangrenadas por la infección –, es el único antecedente que podría ligarse con mi apego por el Hospital Militar. En Bogotá, el joven capitán herido en combate fue hospitalizado en el único hospital militar que existía por esos días en la capital: el “Hospital Militar de ningunaparte”. Así se denominaba la precaria institución que había sido matadero municipal y que en ese momento hacía las veces de institución de salud, a cargo de las hermanitas de La Caridad. Allí le salvaron sus piernas.
Cuando lo conocí, en el comienzo de mi vida, el heroico militar solo había heredado de la guerra su cojera y una infinidad de épicos recuerdos que me relataba con exagerada frecuencia, y que llenaban mi mente de fantasías.
Primiparada
Pero ¿cómo pudo suceder que aquel joven bachiller se dedicara a la medicina?
Terminados sus estudios de secundaria, aquel joven estudiante tampoco siguió el derrotero que le señalaba algún pariente médico. Se convirtió en galeno gracias a un complot entre dos personajes extraterrenales
Todo comenzó el día en que oyó el consejo de su maestro, el Director de Sexto de Bachillerato de aquel colegio de Los Hermanos Cristianos en donde había cursado la primaria y la secundaria, el hermano Jorge. Este hábil pedagogo le indicó al todavía adolescente muchacho: “Usted, Torre Iregui, debe dedicarse, según indican sus habilidades en ciencias matemáticas, a la ingeniería o la arquitectura”, – ¡Eureka! – Exclamó el muchacho (precisamente esa recomendación era la que esperaba). Corrió a su casa a comunicar la buena nueva, pero se encontró con una gran sorpresa. No imaginaba que su madre ya había pactado una confabulación extraterrenal.
Antes de que el muchacho hubiera terminado de contar su buena noticia, su madre exclamó: “ni se le ocurra a usted, mijo, venir con ese cuento” y concluyó con la siguiente confesión: “desde antes de que usted naciera, mijo, yo le prometí a María Auxiliadora que si me daba un varoncito se lo dedicaría a la medicina”.
Resultado de circunstancias involuntarias
Aquí estoy, en el Hospital Militar, premiado por haber dedicado toda mi vida al cuidado de los enfermos y a formar cientos de jóvenes profesionales.
En noviembre de 1962 ingreso al Hospital Militar Central como interno rotatorio. El Hospital había sido inaugurado solemnemente el 25 de abril de 1962, por el Señor Doctor Alberto Lleras Camargo, siendo Ministro de Guerra el señor Rafael Hernandez Pardo.
Influencia de grandes maestros y de una maravillosa Institución
En este centro asistencial me encuentro con el más selecto grupo de científicos y maestros que pueda alguien imaginarse, Recibo la influencia de Pablo Elías Gutierrez, José D. Rojas Franky, Guillermo Rueda Montaña, Salomón Hakim, Andrés Rosselli Quijano, Guillermo Rueda Montaña, María Mora Ramírez y muchos otros que han marcado mi vida desde ese momento.
Debo añadir en esta lista de insignes maestros al Mayor Médico Lope Carvajal Peralta, creador del servicio de cirugía, quien había realizado éxito, poco tiempo antes, la proeza científica de practicar la primera intervención de corazón abierto bajo hipotermia en el Hospital Militar de San Cristóbal. Ese acto de valor científico hizo que todos nosotros, internos y residentes, tanto de cirugía como de medicina interna, colocásemos al Doctor Lope Carvajal sobre un pedestal de admiración.
Resultó que un Sargento Mayor afectado de un agrave enfermedad cardiaca de origen congénito moriría de no practicarle la corrección de una comunicación interauricular, la cual se había complicado con hipertensión pulmonar y cianosis extrema. Lope, tras obtener el permiso necesario de su paciente, ordenó que se le sumergiera hasta el cuello en una tina repleta de cubos de hielo. Tan pronto la temperatura del Sargento Rubiano descendió por debajo de los 32 grados centígrados, Lope ordenó llevar rápidamente su paciente al quirófano, en donde procedió a practicarle la toracotomía. Tomó entre sus dedos el corazón débilmente palpitante, y con gran destreza insidió la aurícula derecha. Acto seguido, en un abrir y cerrar de ojos, suturó el orificio del septum interauricular.
Pero sigamos adelante con la historia de que nos ocupa. También me ofrecieron dos nuevos caminos complementarios a la práctica médica en el Hospital Militar Central. En 1965 fui nombrado Instructor de Medicina Interna de la Universidad Javeriana y al poco tiempo, también Instructor y catedrático de la universidad del Rosario, esto fue posible gracias a que las dos facultades de medicina rotaban a sus estudiantes avanzados por el servicio de Medicina de Interna en las instalaciones del Hospital. En 1966 realicé estudios complementarios en nefrología, órganos artificiales y trasplante renal en la Cleveland Clinic, bajo la tutoría de Wilhem Kolff, el famosísimo inventor del riñón artificial.
De regreso a mi Hospital, continué el entrenamiento en Medicina Interna, a la vez que progresaba en el escalafón docente.
La Justa Retribución
Fue el momento en el que empecé a retribuirle a esta quería Institución lo que ella había invertido en mi formación, ahora era mi turno de ofrecerle mis conocimiento al Hospital en el área asistencial y como docente de estudiantes de Posgrado. Gracias al estímulo que me brindó el General Miguel Vega Uribe, a la sazón del Director General del Hospital, tomé el mando del servicio de nefrología y luego el del Departamento Médico que en esos días estaba integrado por catorce servicios relacionados con la Medicina Interna. Me aventuré a iniciar el programa de hemodiálisis crónica para pacientes con falla renal terminal. Al poco tiempo, en compañía de inolvidables compañeros, iniciamos con éxito el programa de trasplante de riñón cadavérico.
Corría el año 1978, era la llamada “Época de Oro del Hospital Militar”; nos convertimos en una de las mejores instituciones asistenciales y docentes de Colombia y Suramérica.
Legado
Desde aquella época inolvidable, nuestros innumerables discípulos han sido requeridos para formar parte del cuerpo profesional y científico en las mejores instituciones que lideran el área de la salud en Bogotá y otras ciudades del país, por su liderazgo, su excelente calidad profesional y humana y principalmente, por su dedicación a los pacientes.
Debo subrayar, en este momento, que estos éxitos no hubieran podido conseguirse sin la conducción, el apoyo decidido y el estímulo ofrecidos por todos y cada uno de los médicos y oficiales quienes, como la Brigadier General Clara Esperanza Galvis Díaz, han ocupado la Dirección General y otros cargos científicos y administrativos del Hospital. Gracias a ellos, por muchos lustros, se logró cumplir a cabalidad con la razón de ser de esta Institución: se la mejor Escuela Médica para graduados en Colombia.
El Retiro
Para concluir esta larga e inmodesta historia, digamos que después de 36 años de obcecación académica, decidí seguir el consejo de algunos buenos amigos que me decían que era mejor retirarse en el mejor momento de la carrera, que aguardar a ser retirado por ser como canta Shakira “viejo, bruto, ciego, sordomudo, torpe, traste y testarudo”.
Ahora, ya deshojando árboles otoñales y cargando a cuestas con los años. “cuando los sueños se empiezan a acariciar con los dedos y las ilusiones se convierten en esperanza”, como diría Saramago, he regresado de paciente, pero con plena seguridad de que aquí, en esta mi querida Institución, encontraré algún alivio a mis males.
Muchas gracias.
Firma, el Doctor Hernán Torres Iregui
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